La salud como obligación moral

PREDICAR CON EL EJEMPLO
Parece que los problemas de rodilla son comunes en los poderosos. Hace unos años El Rey Juan Carlos de Borbón tuvo que operarse y también lo hizo el príncipe consorte de Máxima Zorrigueta (actual rey de Holanda). Unos años más tarde lo hizo Cristina Kirchner (en el Hospital Austral del Opus Dei en cuyo estacionamiento acampó La Cámpora) y en 2016 lo hizo Mauricio Macri (en la Clínica los Arcos). La diferencia es que la nobleza europea cuando requiere atención médica predica con el ejemplo y se interviene en hospitales públicos. Tal vez toda la reforma sanitaria que necesitemos sea esa. Solidaridad tiene su raíz latina en soleo que es suelo. Ser solidario es compartir el suelo. Dudo que ni la CUS ni los 15 mil millones del Fondo Solidario tuvieran semejante impacto.



Desde hace algún tiempo escucho a reputados sanitaristas afirmando que en Argentina “la salud no le importa a nadie”. Como prueba para respaldar esa afirmación señalan que ni plataformas ni discursos electorales levantan la problemática sanitaria. Que no se habla de las deficiencias del sistema de salud ni de la ausencia de políticas.
Se trata de una grave equivocación. La salud constituye la mayor preocupación de los argentinos, hasta de la mayor parte de los políticos. Prueba de esto es que, cuando son interrogados al respecto, las personas privilegian su salud a su economía e incluso algunos hasta frente a su seguridad. La respuesta a esa situación paradojal es que hemos dejado que nuestra salud se constituya en un problema individual. Algo que cada uno debe resolver por su cuenta utilizando los recursos de que dispone (dinero, cobertura de una obra social o prepaga, contactos o simplemente paciencia). En conclusión, los argentinos privilegiamos nuestra salud pero somos indiferentes frente a la salud del otro.
Podemos intentar explicarlo usando las categorías propuestas por Albert Hirschman en su libro “Salida, voz y lealtad” (1970). Quien dentro de un conjunto social se ven afectados por una situación desventajosa (como por ejemplo, tener que hacer fila desde la cinco de la mañana para ser atendido en un hospital público) puede optar por buscar una solución individual (salida) o puede alzar su voz para pelear por los derechos del conjunto. A mayores niveles de lealtad habrá menor frecuencia de salida y más fuerte se oirá la voz de quienes luchen por una situación mejor. En el extremo opuesto, a menores niveles de lealtad más personas buscarán soluciones individuales descomprometiéndose con el destino del conjunto. La consecuencia es que cuando los sectores medios y altos encuentran una salida y dejan de usar los servicios públicos estos se convierten en “pobres servicios para pobres”.
Eso es lo que sucedió con la salud pública. La primera salida fue de los trabajadores formales que a través de sus sindicatos accedieron a obras sociales. La segunda salida fue cuando separamos a los empleados de mayores ingresos del resto en obras sociales de dirección. La tercera sucedió cuando permitimos que los trabajadores lleven sus aportes salariales de la obra social a una prepaga. Nos sucedió con el sistema de salud algo similar a lo que relatan en aquellos versos de Martin Niemoller (que atribuíamos a Bertolt Brecht) que decía que primero se llevaron a los comunistas pero no nos importó porque no lo éramos y así sucesivamente, pero hoy golpean nuestras puertas.
Desde mi perspectiva la solución al deterioro del sistema de salud es moral antes que económica o técnica. Frenar la salida es una obligación moral de todos, pero más que nada de los dirigentes quienes deberían predicar su lealtad con el ejemplo. Así lo hacen en Europa. Por ejemplo, cuando un miembro de la familia real holandesa tiene algún problema de salud acude al Hospital de Bronovo en La Haya y cuando el Rey Juan Carlos de España necesitó una intervención quirúrgica usó un servicio de la Sanidad Pública de Madrid. Sin ir tan lejos, también encontramos ejemplos a imitar en Uruguay. Cuando el vecino país implementó su Sistema Nacional Integrado de Salud (a los memoriosos ese nombre puede recordarles un destino que quisimos pero no pudimos construir) las autoridades sanitarias decidieron afiliarse a la Administración de los Servicios de Salud del Estado (ASSE) en lugar de optar por una mutual.
El día que presidentes sus ministros, senadores y diputados asuman el compromiso moral de usar solo los servicios públicos de salud probablemente acaben las filas, los madrugones y la falta de insumos. Mientras eso no suceda la premisa imperante en nuestro sistema de salud continuará siendo “sálvese quien pueda”.



Federico Tobar